El otro día veía en las noticias como en un pueblo (no recuerdo su nombre) con escasos habitantes, en su mayoría gente mayor, habían decidido auto confinarse y no celebrar ninguno de ellos la Navidad en familia por miedo al Covid. Decían que habían tomado la decisión con pena, pero es que para ellos era mejor la tranquilidad de saber que estarán bien, y mas adelante ver a sus familias, que correr riesgos.  Esta es una medida muy loable y ojalá todos tuviéramos el mismo grado de responsabilidad. En las familias numerosas supongo que habrá de todo, los que se repartan por turnos en distintas ocasiones, los que se salten a la torera las restricciones y los que anulen las cenas y no se vean, como los de este pueblo . Intentando sacar un punto de humor, he de decir que habrá gente que lo agradezca porque cenas  familiares multitudinarias pueden ser motivo de acabar la noche como el rosario de la aurora.

Sea como sea, es cierto que se presentan unos días extraños y que ni en nuestros peores sueños hubiéramos pensado que esto llegaría a ocurrir. Salimos poco, compramos poco, nos vemos poco, nos abrazamos menos… Todo escaso, rápido y con miedo, mirando siempre de reojo a ver si a nuestro alrededor llevan o no puesta la mascarilla. El otro día, sin ir mas lejos, en un comercio, esperando en la cola para pagar, me increpó una señora que estaba delante de mi, porque no estaba dejando metro y medio de distancia.

Quizás, este año como en el caso del anuncio de Navidad de la Lotería (el esperado anuncio de cada año), florezca la sensibilidad en cada uno y entre tanto desasosiego demos importancia a lo importante y a la gente que verdaderamente está a nuestro lado porque lo ha elegido así.

Lo que creo que no va a cambiar, es el hecho de recordar con especial emoción a los que se fueron. Yo hablo a diario con mis padres que ya no están, pero he de confesar que estos días los recuerdo con especial cariño porque las Navidades con ellos fueron las mejores.

Mi relato es muy corto pero he intentado que se desvele una historia importante de telón de fondo que espero haber conseguido transmitir. Se trata de un breve retazo de una relación madre -hija, relación que no siempre es tan idílica como la pintan, o si no que se lo digan a mi querida Irene Nemirovsky, una de mis  escritoras favoritas que fue  criada por nodrizas porque su madre nunca le mostró el mas mínimo afecto.  “Su desamor, su frialdad, su egocentrismo, su vanidad excesiva”, sensaciones que marcaron la vida de Nemirovsky y que se reflejan en muchos de sus libros, especialmente en “El Baile”,

pequeña obra maestra  que recomiendo fervientemente, donde la protagonista es la venganza de una adolescente cuya madre ignora , preocupada en exceso por ascender en la alta sociedad, y en especial en la preparación de un baile que va a suponer su carta de presentación. La hipocresía por conseguir el reconocimiento social es también una crítica recurrente en las obras de la escritora.  Relato corto que se lee con facilidad pero en el que se describe con gran acierto la desesperación de esa hija por saberse ignorada.

Aunque también están las madres dañinas que protagonizan el otro extremo, igual de malo, diría yo, el del exceso de cariño, un cariño mal entendido; ya se sabe que todo lo extremo es peligroso, porque la señora Leonor Acevedo, madre de Borges, debía ser una mujer de armas tomar, mujer absorbente que le tuvo, mas bien retuvo a su lado toda su vida, acompañándole a todos sus viajes y dominando por completo su existencia.

Hay tantas relaciones madre/hijo/hija como colores tiene el arco iris, porque aunque madre no hay más que una, las relaciones y los afectos no obedecen a reglas preestablecidas. O si no que se lo digan a La Pantoja…

 

Disfrutar de la lectura en estas fechas tan señaladas. Os deseo una muy muy Feliz Navidad¡¡¡¡¡¡¡

MI DESEO DE NAVIDAD

Lo siento, sé que no debí haberlo leído. No era mi intención, ya me conoces.

Deambulaba por la casa, como hago últimamente; nerviosa, como gato enjaulado buscando algo… Una pista que me ayudase a resolver esto de una vez. Sabía que en estas cuatro paredes que tanto nos conocen, que han sido testigos mudos de mis lágrimas, encontraría la respuesta, y fue entonces cuando vi la nota. Enterrada entre un montón de papeles desordenados, en tu carpeta verde.

Era un papel más, algo que seguro ni recuerdas haber escrito, pero ya ves, ha pasado mucho tiempo desde entonces y ahora, la protagonista, lo está leyendo emocionada. Déjame que te transcriba unos párrafos para hacerte recordar:

“… amor, ¿me dejarán llamarte amor? Porque eso es lo que eres, mi gran amor. Por fin has llegado, has tardado pero ya estás aquí, dentro de mí, como un milagro. Tu padre te habla cada noche, hacemos planes sobre tu futuro, tu nombre, la decoración de tu habitación… Todo gira en torno a ti, personita pequeña. Nunca pensé que mi amor por él pudiera engrandecerse, y ahora puedo afirmar que se ha multiplicado. Soy feliz por tenerle, por tenerte, por ser tres. No sé cómo voy a poder aguantar la espera para verte…”

Durante todo este tiempo no me lo has puesto fácil y nunca te he pedido nada, he sido una hija ejemplar, pero ha llegado el momento de decir ‘basta’ porque yo también tengo un deseo, un inmenso deseo: poder disfrutar de mi padre sin tus reproches, sin tus malos gestos, sin tu rencor. Necesito encontrar en ti algo, aunque sea minúsculo, de lo que te hizo ser un día la mujer excepcional que me dice él que fuiste. Creo que me lo merezco mama.

 

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