

Antonio Machado, un hombre desolado.
La dolorosa experiencia de Machado dio lugar a una serie de poemas dedicados a Leonor cuando enferma:
“A un olmo seco”, versos en los que Machado espera la curación de su mujer
“Mi corazón espera también, hacia la luz y hacia la vida, otro milagro de la primavera”.
En otro poema, un romance, recogerá con gran dramatismo el mismo momento de la muerte de Leonor
“Una noche de verano —estaba abierto el balcón y la puerta de mi casa— la muerte en mi casa entró. Se fue acercando a su lecho —ni siquiera me miró—, con unos dedos muy finos, algo muy tenue rompió.
Silenciosa y sin mirarme, la muerte otra vez pasó delante de mí. ¿Qué has hecho? La muerte no respondió. Mi niña quedó tranquila, dolido mi corazón,
¡Ay, lo que la muerte ha roto era un hilo entre los dos!.
Machado lamenta también que la muerte no se haya fijado en él y lo hace plasmándolo en sus poemas, pero también se lo decía en una carta a su amigo Unamuno:
«La muerte de mi mujer dejó mi espíritu desgarrado. Mi mujer era una criatura angelical segada por la muerte cruelmente. Yo tenía adoración por ella; pero sobre el amor, está la piedad. Yo hubiera preferido mil veces morirme a verla morir, hubiera dado mil vidas por la suya. No creo que haya nada extraordinario en este sentimiento mío. Algo inmortal hay en nosotros que quisiera morir con lo que muere».
Llegada a Baeza, mal comienzo..
Machado, desesperado, solicitó su traslado a Madrid, pero el único destino vacante era Baeza.

Allí se trasladó como nuevo catedrático de Lengua Francesa del Instituto de la ciudad jienense. y dio clases durante los siguientes siete años (Octubre 1.912 a Noviembre 1.919)
Su primera impresión fue mala, y así se lo cuenta a Unamuno:
«Esta Baeza, que llaman la Salamanca andaluza, tiene un Instituto, un Seminario, una Escuela de Artes, varios colegios de Segunda Enseñanza, y apenas sabe leer un treinta por ciento de la población.
No hay más que una librería donde se venden tarjetas postales, devocionarios y periódicos clericales y pornográficos.
Es la comarca más rica de Jaén, y la ciudad está poblada de mendigos y de señoritos arruinados en la ruleta.»
Y el joven poeta sigue sufriendo con su pena.
En la primavera de 1913, en Baeza, escribe a su amigo José María Palacio un poema (en forma de carta) en el que junto a la evocación de Soria en primavera, recuerda a su mujer y el cementerio en el que está enterrada, «El Espino», y le pide que le lleve unas flores en su nombre en unos versos inolvidables
“Con los primeros lirios y las primeras rosas de las huertas, en una tarde azul, sube al Espino, al alto Espino donde está su tierra…”.

Se vuelve taciturno y solitario y sólo encuentra consuelo en sus paseos por la ciudad, los cerros y las sierras de la comarca.
Aunque el poeta parece reconocer que es la muerte de Leonor la que no le permite opinar –objetivamente– de una ciudad a la que acaba de incorporarse:
¿Será porque se ha ido
quien asentó mis pasos en la tierra,
y en este nuevo ejido
sin rubia mies, la soledad me aterra?
Soledad mitigada, en parte, por la contemplación, cada tarde, del hermosísimo paisaje baezano que desde los pies del paseo de las Murallas—hoy paseo de Antonio Machado— se extiende a través de los olivares del Guadalquivir hasta la imponente Sierra Mágina y, a su izquierda, las de Jódar, Quesada y Cazorla.
Allí sentado como una estatua, “llenos los ojos de lejanía, inmóvil”, según un testigo, le verían a menudo sus alumnos.
«De la ciudad moruna
tras las murallas viejas,
yo contemplo la tarde silenciosa,
a solas con mi sombra y con mi pena.
El río va corriendo,
entre sombrías huertas
y grises olivares,
por los alegres campos de Baeza.»
¡Leonor! Su desgarramiento tras la pérdida de Leonor se evidencian en numerosos poemas de la segunda edición de Campos de Castilla (1917).
«Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños.
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco. Dame
tu mano y caminemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.»
LA TRANSFORMACIÓN DE MACHADO EN BAEZA..
Los años de Baeza fueron fecundos para el pensamiento de Antonio Machado.
Durante su estancia en Baeza terminó de estudiar Filosofía y Letras.
Fueron años de soledad y de meditación en los que se consolida su enorme personalidad.
Es Baeza la que ve nacer a Juan de Mairena, su personaje más intimista porque es en Baeza donde su poesía se vuelve más filosófica.
En su estancia en Baeza crecerá en Machado un apego por las capas más desfavorecidas de la sociedad que –según los estudiosos de la obra machadiana– tiene su reflejo literario en una notable simplificación del lenguaje poético, visible en sus Nuevas canciones, escritas íntegramente en Baeza.
Y fue en Baeza donde se produjo uno de los encuentros más interesantes del poeta.
Un profesor de la Universidad de Granada, llevó a sus alumnos a visitar la ciudad .
Y entre los estudiantes estaba Federico García Lorca. Machado leyó un poema de Rubén Darío y el joven Lorca tocó el piano.
Un encuentro entre dos grandes de la literatura española.
En definitiva, la estancia de Antonio Machado en Baeza supuso una de las etapas más prolíficas del poeta.
Supuso una etapa de duelo en la que luchaba consigo mismo en un intento por sobreponerse a la muerte de su joven esposa.
Realizó un recorrido interior para poder superar su pena, que le llevó a una etapa de enriquecimiento personal de meditación y acercamiento a la filosofía.
Una ciudad y un paisaje que finalmente echaría de menos:
«¡Campo de Baeza, soñaré contigo cuando no te vea!»

2 Comentarios
.Dilmún
Preciosa reseña sobre Machado, Natalia
¡GRACIAS!
.Natalia
Gracias, es un grande de la literatura, sin duda.