«¿Os habéis preguntado alguna vez cuantas veces en la vida habéis dado realmente las gracias? Unas gracias sinceras. La expresión de vuestra gratitud, de vuestro agradecimiento, de vuestra deuda.

¿A quién?»

Estas palabras forman parte del último párrafo del comienzo de «Las gratitudes» un libro de Delphine de Vigan que acabo de terminar de leer.

Ya conocía a esta autora francesa por su libro más reconocido «Nada se opone a la noche», del que podéis encontrar una reseña que hice en su día en el blog. (me da problemas incluir el link, lo siento, soy bastante desastre con el mundo tecnológico).

He de reconocer que compré el libro por un interés profesional sobre el tema de la edad y la vejez . Me documenté sobre libros interesantes que me pudieran ayudar y lo vi; me alegré porque Delphine de Vigan es una autora que me gusta mucho, el libro era corto… y finalmente me animé.

Mis reticencias iniciales estaban motivadas ya desde la portada en la que se ve una fotografía de una anciana sentada. Ese título y esa imagen lo decían todo y confieso que tras la muerte de mis padres, me cuesta mucho, cada vez mas, relacionarme con ancianos, ver sus achaques, su dificultad para moverse, para leer, para relacionarse. Es una sensación entre profunda tristeza y miedo a saber que en mi familia ya estoy en la primera fila para llegar a esta etapa.

Pues bien, una vez mas la literatura me ha quitado la razón, los miedos, y los prejuicios, porque tras leer este librito de 173 páginas, aunque me reblandecido aún mas, he entendido que la vejez es una fase de la vida que hay que pasar (la otra opción es peor) y que es importante reconciliarte con tus fantasmas internos y si es posible cumplir tus últimos deseos.

Y justamente es esto lo que hace nuestra protagonista, la señora Michka Seld, una anciana en sus últimos meses de vida (en la primera página uno de los narradores te informa de que ha fallecido).

Pero no os desaniméis con este comienzo porque la gran virtud de esta escritora es que sabe mantener el pulso de la historia sin caer en redacciones melodramáticas que te aparten. Es un lenguaje muy sencillo, un tono austero (me ha recordado a narraciones japonesas como «la fórmula preferida del profesor«, de Yoko Ogawa, una delicia de libro del que también podéis encontrar la reseña en el blog), con mucho diálogo, porque las relaciones humanas son las auténticas protagonistas de la novela.

Únicamente hay tres personajes: la propia señora Seld, Marie, una vecina de la anciana unida emocionalmente con ella porque pasó muchos días de su infancia en su casa y un logopeda del centro, Jérome, que le ayuda a recuperar las palabras que va, poco a poco perdiendo.

En el relato hay un sueño por cumplir que prefiero no desvelar ya que al ser tan cortito el libro creo que es mejor dejar en el aire un poco de misterio.

La novela contiene capítulos cortos mostrando distintos momentos de conexión entre los personajes y donde las intervenciones de la anciana, aún con problemas en el habla, entrañan mensajes con mucho significado, porque surgen del corazón y de la experiencia.

La escritura es medida, es justa, está controlada, es oportuna, dice lo que tiene que decir, no se extiende, no hace falta. Es creíble, es envolvente porque te involucra, es precisa. Y el mensaje de agradecimiento a quien te ha querido bien es el telón de fondo.

Uno piensa que tendrá tiempo de decir las cosas, y cuando se quiere dar cuenta ya es demasiado tarde. Uno piensa que basta con dar muestras de cariño, con hacer gestos, pero no es verdad, hay que decir lo que siente. DECIR, esa palabra que tanto te gusta, Michka. las palabras son muy importantes, no hace falta que te lo diga a ti, que fuiste correctora para una importante revista, si no me equivoco.

Es de esas lecturas tranquilas que entre tanto ajetreo, te dan un bálsamo de emoción y te pellizcan el corazón. Seguiré leyendo a Delphine De Vigan.

Os animo a leerla.

Gracias por seguirme en mi blog www.leodisfrutoescribo y como siempre, me encantaría conocer vuestras opiniones.

Deja un comentario